No sé si no escribo porque no tengo tiempo o porque estar ocupado hace que no quiera ver cómo estoy. Pero también me pasa. Eso de que cuando se acerca el momento de irme a dormir, tal vez porque el cerebro entra en ese estado Zen, me viene una sensación de tristeza que hace que quiera llorar, digo. Y da igual que sea verano y me venga porque no tengo otra cosa que hacer, y la mente se aburre tanto que decide sacar a flote esos pensamientos que había estado ignorando durante el resto del año, o que sea otoño, primavera o invierno. Esa sensación acaba llegando.
¿Sabes? Me doy cuenta de que lo que haga, en lo que me esfuerce, en lo que dedique todo el tiempo del mundo para sentirme realizado da igual. Porque llegarán nuevos tiempos en los que no me parecerá para tanto.
Me pregunto si cuando era pequeño pensaba mis retos y mis logros como algo importante. Si cuando conseguía hacer algo nuevo, o hacer un baile en la semana cultural de Fuenterrebollo, o recibir el aplauso de tu familia al acabar de contar un chiste terrible o una canción mal afinada, o conseguir sacar una buena nota en un examen, o dar un regalo en el que has estado pensando mucho tiempo, o aprender a atar una lazada en el albornoz; me pregunto, digo, si cuando cumplía ese tipo de metas, que ahora me parecen tan inocentes, lo vivía con tanta satisfacción como lo hago ahora con otras metas. Y también si en seguida me invadía la misma sensación de tristeza de la que te hablo.
Antes solía llorar más a menudo. Para ser honestos, de pequeño era un llorica. Y ahora ya no. O ya no me pasa que me emocione tan fácilmente. Supongo que es algo de crecer, de madurar. Incluso me creo que fuera algo hormonal. O tal vez es que realmente se me está atrofiando el cerebro y el pensamiento crítico, como dicen Emma e Ingrid.
Contaré más, lo prometo. Hasta entonces,
un abrazo <3
mario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario